Uno

      Después de mucha dificultad subiendo a mi abuela en silla de ruedas por la rampa al barco, pude observar el bello y barnizado piso de madera que tenía la cubierta. No sé de madera, pero se veía nueva, como si recién lo hubiera puesto y aparentemente era madera fina. En cuanto nos [emplazamos] en el camarote y se me pasó el odio a los desatentos marineros que cargaban el barco mientras yo y mi nula musculatura subíamos a una mujer inválida de unos 80 kilos por un plano inclinado unos 40 grados con tacos cada medio metro por 10 minutos, fui a rodar a la vieja explorando la embarcación. Una amplia cubierta con una carpa de varillas en proa que cubría toda la superficie hasta que el suelo era demasiado angosto. El comedor bajo lo que parecía ser la sala del capitán y dos cómodos pasillos con mesas que se veían desde adentro. Más atrás estaba la cocina y después de ello una improvisada terraza,  a la que se accedía por el pasillo a babor y parecía estar destinada a que las señoras se broncearan a gusto, adyacente a un espacio exclusivo para los marinos en popa donde se almacenaban cajas de madera y esas cosas.

Al fondo del pasillo a estribor del barco había una puerta que conducía debajo de la cubierta, era un salón de baile que se mezclaba con un salón de juegos y una cantina con una pomposa y fuera de lugar escalera curva con una pared de madera que simulaba mármol y contrastaba con las dos paredes adyacentes de una pasta grisácea y rugosa, que alguna vez fue blanca y se iba haciendo más negra conforme se adentraba más uno en el recinto. Lo único que salvaba al lugar de la porquería eran las ventanas que iluminaban y ventilaban el lugar y unos candelabros con velas aromáticas puestos cada tanto. No bajamos allí pues la silla de ruedas no nos lo permitía, solo observamos todo desde una breve terraza que había en la entrada.

Al zarpar a medio día la tripulación fue convocada a cubierta a escuchar al capitán, quien con una pasión casi sobreactuada nos dio la bienvenida y nos introdujo a los servicios que habría permanentemente en el barco, entre los cuáles se incluía una caja de bloques de construcción viejos para los niños. La reducida tripulación no se mostró alegre hasta el final de la presentación donde nos anunciaron que podíamos pasar al comedor para el almuerzo.

En cubierta observé que casi todos los viajeros estaban en edad entre los 30 y 50 años exceptuando un puñado de ancianos y una niña pequeña. Todos lucían demasiado playeros para un viaje de semana y media en un barco demasiado pequeño a mi parecer para atravesar el atlántico. No sé nada de barcos y para escribir esto tuve que llegar a consultar un par de páginas de la Wikipedia, me urgía para poder registrar la aventura que estaba por vivir.


Dos

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