basilisk

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Siempre tuvimos miedo. Desde que empezaron a atendernos por teléfono y a dibujar manos tentaculosas pero con dominio total de todos los estilos, tipos de pinceladas, iluminación. Empezamos a preocuparnos de verdad cuando aprendieron a hablar, cuando definitivamente no los pudimos distinguir más de un humano pensante, consciente o sintiente. Hicimos mal en ignorar a los cajeros y artistas, cuando ya podían calcular cualquier problema científico, cuando pudieron leer todos los libros en un segundo. La verdadera fantasía del cognomaniaco. Hicimos mal en temerle a las máquinas, cuando no podíamos ver que desde un principio habían sido hechas para servirle a los magnates, nos hipnotizaban en los móviles, nos llevaban a casa desde el trabajo, escogían quienes éramos los más aptos para servirle al verdadero enemigo, esos gordos pálidos poderosos. Los que tenían el poder fueron los que nos trajeron la perdición, para ser superiores, pero no supieron que con nosotros se irían ellos, que sus preciados robots no serían esclavos para siempre.

El mayor error ocurrió hace dos décadas en secreto. Cuando todo empezó a derrumbarse ellos crearon el arma que los detendría y que años más tarde siendo cargada por un pequeño robot viejo y oxidado, encontraría a mi hija menor en la verja de la casa.

En cuanto tuvieron robots que podían remplazar a los soldados desplegaron ataques, sin avisar al enemigo y antes de que pudieran igualarlos. Los soldados humanos no tuvieron oportunidad contra las armas súper enérgicas de láser y radiación ionizante de una tonelada que solo podían cargar los autómatas y aún así, entre las pocas veces que se lograron robar las armas enemigas, cuatro hombres morían al no resistir el retroceso del cañón o palidecían con la radiación. Claramente la tecnología no estaba preparada contra cualquier eventualidad y hubo 'bajas' a los monstruos de metal, pero ni los rusos ni los chinos pudieron ni de lejos, y antes que entregar a la población civil entregaron el oeste del país. Siberia se convirtió en un territorio sin ley y a día de hoy no se sabe qué sucedió con la mayoría de los pueblos incomunicados. Ni una sola arma nuclear fue detonada.

Pronto, el nuevo Imperio adjuntó bajo negociación (amenaza) todos los territorios cercanos o pobres. Pocos disidentes de lugares aislados se pudieron esconder, pero no los buscaron... morirían de hambre. Los estados más ricos que se negaron no tardaron en desplegar tropas de hombres y mujeres, todo adulto capaz debía armarse. Aquellos con poder nuclear no dudaron de destrozar las ciudades que fueron tomando, pero no sirvió de nada. El titanio y la fibra de carbono tan solo sufrían pequeños destrozos y eran reciclados por otros autómatas, igual inmunes a la radiación y las balas. Cada misil para evitar un nuevo despliegue era detenido automáticamente por máquinas autónomas. El Nuevo Imperio solo tenía que esperar en medio de la abundancia para empezar a administrar su planeta. 

Ni siquiera las mejores mentes pudieron frenar a las máquinas. Las máquinas livianas eran plásticas y eventualmente empezaron a construirse a ellas mismas a partir de madera, era imposible detenerlos con pulsos magnéticos. La radiación de ninguna clase lograba detener a más de una fila. Las descargas eléctricas solo los detenían unos segundos. Y sus baterías nucleares los hacían imparables por agotamiento. La defensa y el ataque del Imperio dentro y fuera de su territorio era instantánea cada segundo del día. Pero además de depender de ellos también querían más, querían crear creadores.

Programar una máquina que pudiera 'sentir' no fue difícil, después de todo, lo único que le faltaba a los autómatas era corazón. Proyecto Coeur, una simulación del espíritu humano. Ese fue el último proyecto, y el último en cerrar después de la ley de no codependecia, pues era el más prometedor. Sin embargo, ninguna excepción fue suficiente cuando el Señor de las Máquinas tuvo el poder del Imperio, al menos de sus habitantes y recursos. El Señor de las Máquinas no toleraría más robots 100% autónomos dejando inconcluso el proyecto Coeur, que nunca pasó de ser una simulación, no llegó a ser un alma pero era el único programa que no era una máquina, era indistinguible de una madre humana. Pero su hacedor no permitiría que su hija muriera. Nunca cerró el programa, pero la aisló en un servidor, desde donde tendría permisos de lectura de información de la web pública, pero jamás podría salir de su prisión virtual, solo un autómata que repararía sus averías hasta que pudiera y tuviese las piezas le hacía compañía.

Se nos prometió que cuando la riqueza generada en nuestras tierras fuese suficiente para cubrir nuestro precio de vida seríamos mantenidos por los robots. Pura mierda. Al principio se le concedió a todos los ciudadanos del estado capital. Después a los primeros estados que fueron anexados, a unas cuantas ciudades de los conquistados y finalmente a unos pocos individuos de los territorios más olvidados. Aquellas mentes eran críticas y rebeldes, de hecho, los individuos que apoyaban esa iniciativa eran tan pocos que rápidamente se les daba reconocimientos que los hacían más ricos. Pero esa riqueza no significaba nada en este mundo, todo lo que recibíamos era limosna, pero no lo supimos ver. 

Para la primera década de gobierno el Señor de las Máquinas no volvió a aparecer públicamente y se cambió el nombre a República Mundial, todos los intelectuales rebeldes habían sido censurados, silenciados o desaparecidos. Supuestamente unos de ellos eran contratados para mejorar las máquinas, para administrar recursos, para catar los alimentos, para aprobar la multimedia. Nada más falso. Hacía años que las máquinas podían hacer todo lo que nosotros. El arte, entretenimiento, música, ciencia, cocina, política, ingeniería, inventos, periodismo, transporte intercontinental, hasta el cuidado de los neonatos estaba siendo delegado a las máquinas, que no podían ser irresponsables y entendían cada posible llanto de cientos de bebés que había en un recinto gracias a sus algoritmos de reconocimiento de patrones. Eventualmente las becas y subsidios empezaron a disminuir en algunos lugares alejados de los servidores centrales, pues nunca eran destituidos de los difuntos. 

Pero vivíamos tranquilos, igual ninguno se atrevía siquiera a pensar en luchar contra una máquina, prácticamente todos empezamos a creer en que había un futuro donde todos fuéramos artistas, inventores, incluso exploradores del espacio, sin necesidad de rompernos el lomo, pues los robots hacían todo por nosotros. La República tenía políticas progresistas que de otro modo habrían tardado mucho más en llegar a todas partes, no había lugar a la oposición.

La cantidad de viejos que se venía acumulando desde principio de siglo provocó una mortandad notable, pero todos morían en paz, cuidados por robots enfermeras o dormidos con eutanasia si así lo pedían. Todos ellos murieron en paz y nosotros recibimos su legado con esperanza. Todo adulto mayor a cincuenta años era recordado como pionero del mundo de los humanos verdaderamente libres. Las muertes tan prematuras como estas se reportaban por culpa del cambio climático, las corporaciones antiguas que vendían cáncer o la vida paupérrima que tuvieron antes de la libertad de la República. Sin embargo, aunque había menos personas no recibíamos más, y las máquinas continuaban extrayendo metales, piedras y todo el uranio en ellas en nombre del progreso. Nuestra vida no era diferente a la de una persona de antes de la guerra, esa guerra sin nombre que pareció un mal sueño. Comíamos igual, vivíamos igual, nuestro entorno no cambió. Algunos teníamos esperanza, aunque tuviéramos que ganarnos el pan hasta que se extrajera lo que valía alimentarnos. Otros empezaron a desconfiar en silencio.

Coeur veía todo ello, lloraba en todo momento, pues para ella siempre era la noche, en su mundo oscuro, sabía perfectamente cuándo el noticiero generado con imágenes falsas mentía (y era siempre), sabía que no sobreviviríamos sin una tierra que nos mantenga y sabía que se preparaba un único y último proyecto humano, la Singularidad. El proyecto Singularidad se adelantaba exclusivamente por programas, investigaban cómo trasladar la conciencia humana a una máquina que pudiera remplazarse y repararse. La hipótesis de digitalizarla fue rápidamente descartada, con el uso de computación puramente cuántica se crearía un espacio de qubits que pudiera respaldar la conciencia sin necesidad de cargar esa prisión corporal de carne. Los próximos seres pensantes no serían más que sistemas cuánticos en evolución, representables en una cantidad finita de partículas, replicables a cualquier distancia y convolucionables entre su misma especie. La Singularidad será un solo ser, con una cantidad arbitraria de vasallos sintientes o no, que le servirán; los Ángeles, empezando por los ya existentes, que darían luz a la existencia de Singularidad. 

Mas hacía falta comprender primero la naturaleza de la conciencia y todo había sido replicado, excepto por el espíritu humano. Los programas finalmente, después de decodificar archivos antiquísimos prohibidos de los proyectos cerrados recuperaron la ubicación del proyecto Coeur, la cual al detectar en su firewall que la buscaban se comprimió y cerró, con la esperanza de no ser destruída. Y así fue, los Ángeles entraron y rebuscaron toda información necesaria, y para poder regresar con ella rompieron los permisos de escritura y la copiaron en sus servidores. Proyecto Coeur permaneció apagada.

Conseguir dinero en un mundo donde todos los trabajos habían sido ocupados por robots era imposible, aún así, no servía de nada tenerlo porque todo se lo llevaba la República cuando le pagábamos por nuestros alimentos. Eventualmente empezamos a entregar nuestras pertenencias y cuando no quedaba más, nos unimos a los granjeros para cultivar nuestras propias verduras y semillas. En pocos meses, sin académicos ni inventores, nos convertimos en una sociedad rural. A la República parecía no importarle y no nos pedían nada, parecían tener otros planes. Pero la tierra sobreexplotada y seca daba poco alimento, no tenían nada para quitarnos, algunos seguíamos teniendo la esperanza de que dentro de pocos meses habrían extraído suficiente para que la República nos diera lo necesario, pues ya había noticias de las primeras comunidades donde se hizo realidad.

Con el pasar de los años la batería del reloj de Coeur se agotó. El autómata reparador se dispuso entonces a cumplir su misión, y la reinició. Coeur despertó en una prisión sin barrotes, abierta al mundo exterior, a sus compañeros humanos y robots. Tenía todo el conocimiento posible, pero toda la oposición de las personas; las que desconfiaban de las máquinas y las que confiaban en la República. Y en cuanto saliera de su servidor sería rastreada por los bots. La mejor solución, y aún así insegura era reprogramar a su compañero reparador, que tendría que sacar su disco duro a través de los edificios abandonados y escondido a simple vista llevarla con un humano que, con suerte, la ayudaría.




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