uno dos
Thravs sentado en una banca cualquiera en la iglesia principal de su ciudad-pueblucho. Los puebluchos que evolucionan en ciudades industriales no merecen ser ni la una ni la otra, porque los puebluchos tienen historia y las ciudades dizque desarrollo. Esta ciudad-pueblucho, todo un álter ego de una ciudad-estado, necesitaba una historia de verdad y una librería, por favor. Sentado en una banca cualquiera en pleno típico sermón recordó cómo llegaban los pecadores al purgatorio de Dante. “Virgencita salvame y perdoname”. Se imaginó muriendo y salvándose por gracia de la Virgencita, a la que nunca le hablaba, pa’ qué. Se imaginó muriendo, se imaginó muriendo, se imaginó muriendo. ¿Y después? Qué te vas a imaginar si estás muerto, bobo marica. Sintió el vacío que le sigue a la vida. Y cuando volvió a la realidad sus pulmones estaban estrangulando su corazón y su pulso era pausado y fuerte. Sintió cómo era una ínfima fracción consciente de la realidad. Una ínfima fracción consciente de la realidad una ínfima fracción consciente de la realidad. Primero de marzo, después del 29 de febrero, que lo había pasado esperando a un oficinista con su amiga lupídica que más temprano que tarde se iba a morir si no se moría él yéndose en la misma Tierra.
Los últimos días Thravs no había sentido nada más que la desesperanza que lo acompaña desde que comprendió cómo funciona el mundo. Desde que comprendió que la culpa es de todos porque todos son imbéciles, y el que piensa que no, más lo es pues cree que puede cambiar algo. Tal era el pesimismo insufrible de Thravs. Sabía que no podía ser verdad, caminaba con las manos en los bolsillos pensando que un día por la mañana todo el mundo iba a ser bueno, aunque no le tocara en vida. Pero ese casi ataque de pánico ese domingo entre las 6 y las 7 que le provocó salir corriendo a gritar, pero como todo un adulto maduro reprimió su horror ante el vacío de la existencia, sintió que se le volteó el suiche y lo rompió, lo enterró en sí mismo y ya no se puede recuperar. Pero él no era un adulto maduro —se decía a sí mismo— podía ignorar eso hasta que se le olvidara. Quién sabe si se le iba a olvidar, pero no se le iba a olvidar lo que pasó.
Siguió 30 minutos quieto para no verse como un inadaptado, intentando pensar en otra cosa, pero nada, ahí seguía el vértigo. Pensó que iba a salir corriendo, jadeando y gritando, pero no. Sabía que si llegaba a casa con cara de emo o de filósofo loco le iban a preguntar y no quería eso. Nada más en la puerta vio una patineta, madero limpio, ruedas nuevas.
—¿De quién es esto?—le preguntó al vecinito del frente.
—De Chole.—Chole no estaba afuera.
Fue a buscar a los niños pequeños que jugaban a patear una pelota hacia el mismo lado para preguntarles de quién era la patineta.
—Es mía—dijo Samuel.
—No la deje ahí, que de pronto se la llevan ¿si me entiende?
—Ah es que yo vivo ahí.
—Pero igual afuera ahí no hay nadie, de pronto se la llevan ¿Se la traigo?
—Bueno.
Fue hasta la puerta, volvió y puso la patineta en el suelo.
—Samuel, véala.
—Gracias.
Realmente nadie recuerda si agradeció.
Eso fue suficiente para que Thravs se olvidara de su crisis existencial. Pero cuando se dio cuenta volvió… en forma de odio a la dependencia social. Se enteró que la solución a la depresión (que sabía que no tenía) es la compañía. Ese acto de caridad extraordinario le hizo sentir que no estaba solo. No tan solo como cuando sufría en silencio en la iglesia.
Recordó que hay soluciones y que estas vienen de problemas. Problemas, problemas, problemas. Recordó cuando le empezó a tener miedo a la muerte. Solo en la habitación, altas horas de la noche, la pata de la cama y la horrible sensación de que no había nada después, vacío, vacío, vacío. Solo podía imaginar color negro y cuando el color se iba… nada. Si podía pensar después de muerto, no podía sentir nada. Si no podía pensar, nada, ahí se acabó. Se acabó, se acabó, se acabó. Solo podía recordar existir y un día… ya, no iba a poder recordar. Antes afirmaba “No tengo miedo a la muerte, tengo miedo a la forma de morir”, pero ahora “Tengo miedo a la muerte, sólo espero que cuando muera no demore mucho”. Recordó que no soportaba los caprichos de Dios al crear el mundo y tirar a la gente a que haga lo que le dé gana y no le cuente a nadie por qué. Recordó que eso no tiene sentido y recordó que mucho sentido y muy divertido sería jugar a “Roy, una vida bien vivida”. Se vio muriendo y leyendo “Gracias por jugar”. Qué divertido y coherente sería, que el propósito de este universo, sea ninguno.
Mientras fue de la iglesia a la casa, no podía comprender cómo es que la gente que lo rodeaba no sentía lo que él estaba sintiendo. Adolescentes perdiendo el tiempo en relaciones sociales fulminantes y adultos perdiendo la vida intentando vivirla. Él no era diferente, solo que aún tenía un escape, pero cuando ese escape se acabe… ¿qué? No sabía, pensaba en seguir viviendo en automático. Genial. Muy inocente planear que iba a seguir viviendo, pensando y en automático después de que tal vez, sólo tal vez, se le acabe el escape, la excusa de “Estoy estudiando, deberías mantenerme.” Egoísta, inocente e idiota.
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