Cuatro

        Otra noche en que no quería poner el lomo sobre la roca que tenía por cama y salí a observar de nuevo la mar. Volví a observar y a cuestionarme acerca de la misteriosa calma que dejaba el barco entre las dos filas de espuma en torbellinos y al mirar allí observé silencioso reflejándose desde el cielo al planeta Venus que caía sobre el occidente. Recordé que el cielo existía. Mi cabeza comenzó a trazar un arco con mi mirada a lo largo el cielo desde occidente hasta el zenit. Allí estaba Orión, junto a sus canes sobre la Liebre. Regresé mi cuello hasta la posición normal y volví a admirar a Venus cautelosa y bella.

        Di unos cuantos pasos hacia proa y volví a trazar la misma línea en el cielo, me quedé así unos dos minutos.

        —Cierra la boca —Una voz elegante y dulce acababa de regañarme.

        Miré hacia las carpas por si no había notado alguna figura sentada allí que también tuviera una cama pésima. Pero no había nadie. Miré por toda la cubierta y tampoco había ser vivo alguno.

        Volví la mirada hacia Rigel, ahora con la boca un poco más cerrada.

        —Pasa una gaviota y le caga la boca.

        Era una figura femenina en un corto balcón por el que solo había visto transitar al capitán. La poca luz me concebía la luna creciente no me permitió distinguirla. Avergonzado, metí mis manos en los amplios bolsillos traseros de mi pantalón y me fui acercando modestamente para observar mejor a esta mujer. ¿Quién osaba siquiera interrumpir mis poéticas miradas sobre los puntos blancos sobre mi cabeza?

        —Casi mata a su abuela en el comedor.

        En seguida supe de quién se trataba y ahora, sin tener buena luz para mis ojos, podía distinguir exactamente el recuerdo que tenía de aquella bella chica que no quiso acompañarnos en el primer almuerzo. Solo podía ver su silueta frente a la pared blanca de [[la cabina]], pero distinguía bien su cabello de su rostro y el brillo de sus ojos junto al de su sonrisa, que se hacía macabramente más grande mientras me acercaba, hasta que se detuvo justo antes de parecer un poco inhumana.

        —¿Cuál es su nombre?

        La miré perplejo un momento. Trataba de discernir su nariz. Inclinó su cabeza insistiendo en la pregunta.

        —Emilio.
        —¿Qué estaba mirando?

        Lo dijo mientras yo distinguía la silueta de su cuerpo, lo que me hizo desviar la mirada al cielo dándole la espalda. Apunté tímido al cielo mecánicamente y luego de un silencio suspensivo lo único que dije fue:

        —Las estrellas.
        —¿Qué? —Hablándole de espaldas no me había escuchado. Gire para repetirle.
        —Las estrellas.

        Pude ver en sus gestos alguna decepción por mi largo discurso.

        —Interesante.

        La miré y luego de un silencio extraño, pero no incómodo, dijo:

        —Sonreía muy emocionado al verlas.
        —Sí —Qué pendejo que sos, Emilio.
        —Está bien, adiós.
        —Chao —Respondí complacientemente mientras se alejaba descalza con paso elegante.

        Ya estando solo, repasé mis palabras y pude recordar lo idiota que soy cuando trato de conocer gente nueva. Era por eso ¿verdad? Pensé que lo había superado con la escuela.



Cinco 

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