Bosque
Los troncos rechinaban ante el bamboleo del viento de la madrugada fría de primavera. Las lámparas de aceite alumbraban tenuemente su torso desnudo. Él, después del baño con agua caliente, se preparaba para tomar su camioneta al trabajo y desayunar en el camino. El sol se asomaba tímidamente entre las nubes y los árboles. El aire fresco con olor a pino y hojarasca entraba nebuloso por debajo de la puerta —que se disponía a abrir hacia afuera con los ojos cerrados—. La pureza gentil de la naturaleza le bañó la cara, a la vez que levantando los párpados lentamente recibió un zarpazo y la degolladura de los dientes de un Oso.
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