El consumismo espiritual
Tengo un libro que solo me quiero leer para ponerlo en mi colección de libros leídos. Qué feo. Quien lea libros para acumular libros leídos, no para leer, no para disfrutar. Al igual que quien no los disfruta por pasión sino por status o algo así. Aquellos que acumulan personas y finjen cuidar toda relación posible para tener amigos, para tener compañía. Consumen cuerpos, consumen sexo, consumen canciones, fogatas, porros, risas no por su valor intrínseco sino por utilitarismo, por apariencia o por miedo. Aquella que recuerdo vivía por miedo a vivir mal, consumiendo el tiempo huyendo de sí misma, de la perdición. Tengo miedo de quedarme en la calle, pensaría. No sé, no soy ella.
Quienes consumen museos, quienes consumen arte, quienes se consumen a sí mismos, sus habilidades, capacidades, qué triste. Consumen como fumando cigarros. Encienden, aspiran, se carboniza y desperdician. La contaminación memética y social. La invisible, en realidad. Nos chocamos todo el tiempo con ella, la vemos en cada esquina, en cada semáforo, en cada cebra, en cada miserable en el suelo, en cada miserable caminando, en cada trabajador desdichado. Miseria, miseria, miseria. Es la polución de este consumo.
La avaricia, la envidia, la soberbia, la vanidad y como sus consecuencias el orgullo, el odio, la deshonestidad. Los ahora anticuados nos advirtieron hace tiempo, ahora no los escucharán por ser los locos del pueblo, los mentirosos de toda la vida.
La polución en las almas, la polución en los seres, en el Leviatán y en el Individuo, te ahogan en una viscosidad invisible, ámbar que te inmoviliza y te somete a ver como mueren todos de hambre unos en silencio, otros en terrible agonía y los peores de todo disfrutando su muerte por ver morir a los demás.
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