Ocho

 —¿No te gusta la fiesta?

—No.


Silencio incómodo.


—¿Por qué?

—¿Por qué me gustarían?


Silencio cómodo.


Volvió a adoptar la posición en la que la encontré. Miré en sus ojos el reflejo de la Luna que a su vez se reflejaba en el agua. Eran oscuros, pero la forma en la que la luz acuchillaba sus ojos me dejaba ver al otro lado de su córnea. Ella seguía mirando hacia poniente y yo observaba con detalle por fin su perfecta nariz y sus labios brillantes.


—¿Qué mira?—Me dijo sin desviar la mirada.

—Tus labios—Respondí sin pensar.

—¿Por qué no mira a Afrodita?

—Tal vez la veo.


Detallaba con tanta atención sus ojos que ahora podía ver a Venus en su retina. Me di cuenta de que la miraba demasiado y ella en ningún momento a mí.


Miré de nuevo el espumero del mar. Seguí con la cabeza una parte de la espuma hasta que se me perdió de vista muy atrás del barco.


—Qué hermosas son estas estelas.


Pensando que la respuesta era el silencio me volví hacia ella, pero ya no estaba. Me quedé allí hasta que Venus se ahogó con pesar en el horizonte.



Nueve

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